viernes, 5 de octubre de 2018

La vorágine

“…el alma es como el tronco del árbol, que no guarda memoria de las floraciones pasadas sino de las heridas que le abrieron en la corteza.”
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En La vorágine de José Eustasio Rivera publicada en 1924, el lector se encuentra con una de las frases más contundentes al inicio de una novela: “…jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia”.
Un supuesto manuscrito que le llega al cónsul de Colombia en Manaos donde se relatan las desgracias que les ocurrieron a Arturo Cova, Alicia, Clemente Silva y a otras víctimas de la fiebre del caucho es la base de esta obra.
Arturo Cova y Alicia huyen de las presiones sociales que los acosan en Bogotá, adentrándose en los llanos colombianos y la selva amazónica, un territorio donde hombres y mujeres se rigen por normas muy distintas a las conocidas. Allí la ambición y la crueldad son el denominador común y el espíritu de Arturo, alimentado por la poesía, es incapaz de sobreponerse al horror con que se encuentra. Inexorablemente se verá envuelto en la misma dinámica de violencia que encadena a los demás aunque él y quienes lo acompañan se hayan trazado otros objetivos, tan terribles y fatales como la codicia.
La desmesura caracteriza las regiones descritas por Arturo Cova en la relación de hechos que hace. Las enfermedades, las alucinaciones, las ciénagas, los ríos, las plagas que lo devoran todo a su paso son a su vez metáforas de las pasiones que se agitan en un mundo de esclavos y esclavistas.
En esta novela la tensión nunca disminuye. Cada momento expresa sin agotarla la barbarie que domina a víctimas y a victimarios, enredados todos en la misma telaraña de intrigas y traiciones que tiene como escenario principal un lugar tan sombrío como sus actos.