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viernes, 15 de junio de 2018

Dora Bruder


“Se les habían puesto estrellas amarillas a niños de nombre polaco, ruso, rumano, pero tan parisinos que se confundían con las fachadas de las casas, las aceras, los infinitos matices del gris que existen en París. Al igual que Dora Bruder, hablaban todos ellos con acento de París, empleando palabras de aquel argot cuya ternura entristecida había percibido Jean Genet.”
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Hace 77 años otra de las tantas chicas judías que vivían en Francia es atrapada por la maquinaria letal que armaron los alemanes en Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Las calles y edificios del París de 1941, 1965 ó 1996 (algunos tan viejos que fueron testigos de los acontecimientos en torno a la Revolución Francesa) son el escenario de Dora Bruder, la obra de Patrick Modiano que intenta reconstruir la vida, o al menos una parte, de una joven de diecisiete años, cuya desaparición se denunció en 1941.
Parece extraña una denuncia como esa en el París de entonces, si se tiene en cuenta que esa era la constante en una ciudad ocupada que sufría la imposición de leyes cuyo incumplimiento causaba la detención inmediata y donde las autoridades francesas, dominadas por el aparato policial y burocrático alemán, eran sólo un instrumento.
Modiano sigue el rastro de Dora, recorriendo calles, visitando edificios o desenterrando documentos que le permitan revivir en parte la vida de la hija de unos inmigrantes judíos. Con un lenguaje parecido al de los informes oficiales o al de las ordenanzas pinta un cuadro dramático de la realidad de una juventud que quizá no tenía muchas esperanzas antes de la guerra pero que al menos tenía libertad.
Poetas y escritores, como Genet, aparecen también en las reminiscencias personales de Modiano inspiradas por la vida en una ciudad que en 1996 todavía presentaba las huellas que le dejaron la guerra o las convulsiones sociales, aunque muchas de esas cicatrices estuvieran disimuladas por las nuevas construcciones que desdibujan la memoria de la gente.

viernes, 6 de octubre de 2017

Una semana en la nieve

Una semana en la nieve
Una semana en la nieve (1996), la novela de Emmanuel Carrère, tiene como protagonista a un niño solitario que combina las lecturas y las experiencias que ha tenido en sus ocho años para determinar, valiéndose de una imaginación desbordada, la forma de sus respuestas emocionales a los acontecimientos que lo afectan.
Como parte de las actividades extracurriculares de su colegio la maestra del grupo de Nicolas lleva a sus alumnos a una estación de esquí. El objetivo: reforzar, en un ambiente distinto, su independencia y vivir experiencias enriquecedoras, importantes para su futuro.
Nicolas que proviene de una familia sobreprotectora, ve con temor esta alteración de la rutina escolar y cuando llega a la estación de montaña se reafirma en sus aprensiones. Algo indefinido lo amenaza.
Al caer enfermo recibe una atención que no se le prodiga a los demás y con el ánimo de agradar al alumno más dominante del grupo le cuenta que su padre persigue a unos traficantes de órganos cuyas víctimas son niños. Sin elementos concretos para explicar muchas de las cosas que percibe, Nicolas echa mano de lo que ha oído o leído, en los cuentos de hadas o en la obra de Enid Blyton por ejemplo, para construir su historia. Sin medir las consecuencias de sus palabras Nicolas teje una red donde quedará atrapado su propio padre, quien aparece como un personaje lejano e indefinido, aunque no tanto como la madre o su hermano pequeño que apenas son esbozados por el autor.
De todas las personas con las que se relaciona Nicolas, Patrick el instructor de esquí es el único que logra establecer un puente de comunicación con él, pero es tan poco el tiempo que están juntos que ésta no va más allá del primer paso de la amistad que es el de la empatía.
En esta sugestiva novela un niño, que no se diferencia mucho de cualquier otro salvo por su capacidad imaginativa, intenta conjurar los temores que amenazan con escapar de sus pesadillas y apoderarse de la realidad.

viernes, 18 de agosto de 2017

Más allá del olvido

Más allá del olvido
El paso del tiempo siempre erosiona los recuerdos. Sin embargo los hechos que han impactado una vida regresan una y otra vez; al menos los más definitivos. El protagonista de Más allá del olvido, publicada en 1996 por el premio nobel francés (2015) Patrick Modiano, revive, treinta años después, un invierno y un verano que transcurrieron al lado de unos personajes tan imprecisos como él mismo.
Esta historia sin episodios dramáticos, sin estallidos emocionales, inicia cuando tres jóvenes que sobreviven precariamente se conocen por azar en una calle parisina. El narrador que recorre calles y plazas sin rumbo definido, se involucra tanto en la oscura cotidianidad de sus nuevos amigos (Van Bever y Jacqueline) que su vida anodina pasa a segundo plano.
En ese contacto más o menos constante empieza a sentirse atraído por Jacqueline, con quien establece una relación amorosa que desemboca en el abandono de Van Bever y en la huida a Londres donde continuarán con una vida tan paupérrima como la que llevaban en París.
En esa ciudad pasarán el verano en compañía de unos misteriosos personajes pero ni siquiera haber escapado juntos elimina la incertidumbre que acompaña su relación. Lo único que diferencia verdaderamente el verano londinense del invierno parisino es el nacimiento de las inquietudes literarias del protagonista y que el ambiente de las calles que recorren obsesivamente es completamente distinto. Lo único que los asemeja es el hermetismo en el comportamiento de Jacqueline y su sueño de viajar a Mallorca.
En esta novela los acontecimientos tienen esa característica de la memoria que se desdibuja y pierde peso hasta convertirse en otra ficción más de las que los seres humanos se cuentan a sí mismos para sobrellevar el presente.

viernes, 12 de mayo de 2017

Seda


“Como por un singular precepto, dondequiera que fuese, aquel hombre andaba en una soledad incondicional y perfecta.”
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Hervé Joncour el protagonista de Seda, la novela de Alessandro Baricco publicada en 1996, tiene un trabajo poco habitual, debe recorrer cientos de kilómetros para comprar huevos de gusano en Siria y Egipto. Pero las circunstancias lo harán viajar más lejos, hasta el Japón, el país más exótico de todos en 1862.
En los confines del mundo encontrará, después de recorrer ocho mil kilómetros, una mirada, que es tan elocuente, que no necesita palabras para expresar todo lo que siente una mujer con rostro de niña y ojos occidentales.
Este hombre, para quien la vida no presenta tropiezos, se ve ante a un misterio que lo perturba pero que no cambia su mundo.
Las vicisitudes del comercio de la seda quedan en un segundo plano ante un sentimiento que no se expresa en palabras sino mediante símbolos y con las metáforas que están en el fondo y en la superficie de una novela tan concisa como un poema o un cuento.
En esta novela no sobra nada. En escasas setenta páginas y con casi diez personajes el autor es capaz de hacernos recorrer el mundo de oeste a este y viceversa y de enseñarnos la forma que puede adoptar una pasión tan reposada como intensa.
De los personajes que aparecen en esta historia sólo dos (la esposa de Hervé y la japonesa que vive en una fiesta continua) se mueven en un mundo tan real y tangible que no logran influir en la vida del protagonista. Únicamente la mujer que aparece por primera vez ante sus ojos ataviada con un vestido rojo como una llama le enseña a descubrir lo que es la maravilla.