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viernes, 16 de noviembre de 2018

La conjura de los necios

“Yo, personalmente, protestaría con todas mis fuerzas si sospechase que alguien intentaba auparme a la clase media. Lucharía contra el individuo descarriado que intentase auparme, desde luego. La lucha tomaría la forma de manifestaciones de protesta con los carteles y pancartas tradicionales, que, en este caso, dirían: «Muera la clase media», «Abajo la clase media». No me importaría tampoco lanzar uno o dos cócteles molotov. Además, evitaría meticulosamente sentarme junto a miembros de la clase media en restaurantes y en transportes públicos, manteniendo incólumes la honradez y la grandeza intrínsecas de mi ser.”
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Con la publicación póstuma de La conjura de los necios en 1980 aparece uno de los personajes literarios más polémicos del siglo XX: Ignatius J. Reilly, un hombre que cuestiona con dureza la realidad que lo rodea y que está comprometido en una cruzada personal (contra casi todo), respaldada en un pensamiento político y filosófico inspirado en autores latinos y medievales que plasma sin un método específico en los rimeros de cuadernos Gran Jefe desperdigados por su habitación o en la furibunda correspondencia que mantiene con Myrna Minkoff, una anarquista de ideas opuestas a las suyas.
A consecuencia de un pequeño accidente automovilístico Ignatius deberá abandonar el mundo seguro donde vive con su madre y entrar a formar parte de un mercado laboral que critica. Pero este giró de la fortuna, como lo llama él aplicando las teorías de Boecio su autor de cabecera, es visto por el protagonista como la oportunidad de poner en práctica sus ideas: organizar un partido político, promover reivindicaciones sociales en una fábrica y hasta planear el “rescate” de una mujer de las garras de la pornografía; proyectos que chocan de una u otra manera con los intereses de los involucrados que siempre están en desacuerdo con los suyos o que en todo caso no logran comprender el alcance de sus propuestas.
La ciudad de New Orleans de los años 50 y en especial el barrio francés conforman el universo donde se desarrollan las aparentemente absurdas andanzas de Ignatius y donde cada uno de los demás personajes juega un papel fundamental en el gran panorama social que pinta John Kennedy Toole en esta novela, a la que no sin razón se le otorgó el premio Pulitzer en 1981.

viernes, 2 de marzo de 2018

La biblia de neón

“…todo el mundo se parecía tanto, en la manera de hablar y actuar, en sus gustos y sus odios. Si alguien detestaba algo, y era una persona como tenía que ser, todo el mundo debía detestar lo mismo. Si no lo hacías así, la gente te odiaba. En la escuela nos decían que debíamos pensar por nuestra cuenta, pero eso era imposible en el pueblo. Tenías que pensar como tu padre había pensado durante toda su vida, y eso era lo que todo el mundo pensaba”.
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En La biblia de neón, escrita por John Kennedy Toole a los 16 años y publicada póstumamente en 1989 (20 años después de su muerte), David, el personaje principal, recuerda los años que pasó en un pueblo pequeño y opresivo del sur de los Estados Unidos.
Mientras se aleja en tren de ese lugar, rememora su vida marcada sobre todo por la tía Mae, una mujer que llega del mundo exterior y altera para siempre, con su aspecto, sus vestidos y su exagerada coquetería, la vida aparentemente sencilla de la familia. Recuerda las circunstancias por las que pasaron: la pérdida de la casa; el abandono de la iglesia por falta de dinero con qué pagar la membresía; la guerra; sus años de colegio; la muerte de su padre; la aparente locura de su madre.
Nada es sencillo en ese lugar que además está marcado por los forcejeos entre las autoridades y el predicador o entre éste y las personas que contrarían sus rígidas normas de conducta.
Y cuando la situación para David y su familia se vuelve intolerable, la tía Mae anuncia que se irá y que él y su madre deberán seguirla más tarde. Un plan que falla cuando dos terribles sucesos obligan a David a dejar la población precipitadamente y a perder el contacto, quizá para siempre, con su tía.
Esta novela que desnuda la realidad, aparentemente tranquila de un pueblo, evidencia, entre otras cosas, como la ciega opinión pública es manipulada y conducida (en este caso por un predicador) para rechazar todo lo distinto, lo foráneo o lo extraño.