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viernes, 14 de septiembre de 2018

Austerlitz

“…nunca he tenido reloj, ni un péndulo, ni un despertador, ni un reloj de bolsillo, ni, mucho menos, un reloj de pulsera. Un reloj me ha parecido siempre algo ridículo, algo esencialmente falaz, quizá porque, por un impulso interior que nunca he comprendido, me he opuesto siempre al poder del tiempo…”
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Que la literatura puede ser tan compleja como la vida lo demuestra el escritor alemán W. G. Sebald en su novela Austerlitz, publicada en 2001. Un relato que empieza en la principal estación ferroviaria de Amberes se extiende durante décadas exponiendo los saberes, datos y memorias de un investigador de la arquitectura y la civilización que está consagrado a una labor arqueológica enfocada en el origen de su propia existencia.
El narrador, casi invisible para el lector, presta su voz a Austerlitz, el protagonista, quien a su vez cede la palabra continuamente a múltiples personajes que con sus historias trascendentales o sencillas, pero sin duda peculiares, contribuyen a armar el complejo andamiaje de la vida de un hombre al que en la adolescencia se le revela de manera abrupta su verdadero nombre.
Descubre, en principio, que fue uno de esos niños judíos enviados a Inglaterra desde Europa del este, en los años inmediatamente anteriores a la Segunda guerra mundial, con el fin de ponerlos a salvo de las invasiones nazis. En trenes expresos atravesaron el continente para llegar al país donde fueron acogidos por familias de diversas condiciones. Muchos no volvieron a ver a sus padres. Austerlitz fue uno de ellos.
Sus indagaciones lo llevan a visitar parajes y ciudades, a internarse por construcciones laberínticas de arquitectura desmedida que están vinculados directa o indirectamente con su propia vida: museos, bibliotecas, edificios gubernamentales, fortalezas dedicadas a conmemorar el Holocausto o guerras ya olvidadas. Fotografías, libros, documentos, recuerdos fragmentados forman parte del material usado en esa tarea reconstructiva que llega a amenazar por momentos su estabilidad mental. En este extenso inventario se compendia todas las informaciones recogidas antes y después del momento en que Austerlitz comienza la búsqueda de su familia y de una identidad que siempre sintió imprecisa aun desde los años en que creyó ser otro.
Una novela que dibuja un impresionante fresco de erudición basado en un complicado diseño de conocimientos, eso es Austerlitz.

viernes, 16 de junio de 2017

Plataforma

Plataforma
Con una mezcla de mercadeo, turismo, sexo, sociología elemental, algo de política, análisis económico y terrorismo, entre otros asuntos, Michel Houellebecq cuenta en su novela Plataforma, publicada en 2001, la historia de un funcionario misántropo y gris, que espera encontrar la felicidad sin hacer mayores esfuerzos.
Después de la muerte de su padre decide hacer un viaje a un destino exótico. Con la mirada ácida con que se ve a sí mismo, a su vida y a su entorno describe un país con grandes atractivos para los viajeros donde el sexo a la venta tiene gran importancia como fuente de divisas. Un aspecto que se convertirá en elemento crucial para los planes de una empresa dedicada a la industria del turismo con la que se involucrará después tangencialmente.
En aquel país conoce a una mujer ejecutiva y desinhibida a quien volverá a encontrar en París, cuando regresa para continuar realizando un trabajo que no lo satisface. Con ella recuperará el interés por la vida y empezará a creer que todavía puede llevar una existencia como las que ha observado con tanto desapego. Aunque no sienta un verdadero apasionamiento por lo que podría llamarse una vida “normal”, se plantea seriamente incorporarse a un mundo que no desprecia abiertamente, pero que ve con escepticismo.
En esta obra el autor expone unas ideas que si bien no representan el pensamiento de todos los franceses, ni mucho menos el de todos los europeos, reflejan la posición de muchos de ellos frente a la realidad de la Europa contemporánea y a la de los países del tercer mundo que ya no son vistos como meros proveedores de materias primas, sino como lugares de aventura y entretenimiento para los miembros de una sociedad cansada y sin esperanza.