“Yo
tenía todas las características de los seres humanos —carne, sangre, piel,
pelo— pero mi despersonalización era tan intensa, se había hecho tan profunda,
que la capacidad habitual para sentir compasión había quedado erradicada,
víctima de un lento y decidido borrado. Me limitaba a imitar la realidad, tenía
un tosco parecido con un ser humano y sólo me funcionaba un oscuro rincón del
cerebro. Estaba pasando algo horrible y sin embargo no conseguía imaginar por
qué —no lo podía determinar con claridad—. Lo único que me tranquilizaba era el
sonido del hielo al echarlo en un vaso de J&B.”
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La década de los años ochenta se
caracterizó por un florecimiento de la música pop y por la presencia mediática
de un grupo humano característico en la escena financiera del mundo: el yuppie,
cuyo perfil es fácilmente definible y al que Bret Easton Ellis retrata con
crudeza en American Psycho, novela publicada en 1991.
Patrick Bateman, un joven
adinerado de 26 años (admirador incondicional de Donald Trump), quien además trabaja
en Wall Street, cuenta sus andanzas por los lugares más exclusivos y
excluyentes de la ciudad de New York. Su mundo gira en torno a clubes y
restaurantes de moda; sus intereses se centran en los costosos atuendos y los
objetos que usan él y la gente que lo rodea. Todas sus descripciones están
mediadas por las marcas que incluyen la música y el arte que consumen.
Bateman odia a casi todo el mundo
y a pesar de su dinero y de tener un empleo bastante bien remunerado padece de
una inseguridad patológica que lo acosa; reflejada en el cuidado excesivo de su
apariencia, en su dependencia de las drogas y en su actividad secreta.
Que se puede hacer crítica social sin apelar al
cliché de la lucha de clases lo demuestra Ellis con una narración novedosa que
describe sin sutilezas la violencia que, imaginaria o real, lleva consigo el
protagonista, ejemplo de todo un conglomerado que puede haber cambiado de
nombre y hasta de métodos pero que sigue como siempre haciendo del dinero y el
status su único objetivo.