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lunes, 26 de agosto de 2024

Para leer a tiempo

 

Desde época muy remota autores de distinta condición y calidad han hecho de sus escritos de ficción (teatro, cuento, novela) un vehículo para cuestionar la realidad. Baste recordar a Aristófanes el comediógrafo griego (446 a.C. -386 a.C.) quien en sus comedias reflejaba las pugnas ideológicas de su tiempo o a H.G. Wells (1866-1946) y sus obras de crítica social.

Desde Aristófanes (y es posible que desde antes) hasta la actualidad la literatura ha debatido, con mayor o menor acierto, las acciones, los gobiernos, las instituciones de determinada sociedad y en general todo lo que atañe a la condición humana.

Mucho se ha teorizado, pero sobre todo especulado, sobre la función del arte y específicamente de la literatura. Sin embargo, aparte de las polémicas que se suscitan en torno a la funcionalidad de ésta, no se puede negar que algunos autores y muchas obras literarias han ejercido gran influencia en las sociedades en las que se han producido, independientemente de su intencionalidad, manifiesta o no, cuyo alcance va más allá del terreno de la crítica social o política.

También es cierto que muchos creadores han sido objeto de presiones por parte de gobiernos y movimientos políticos para que sus obras tengan un sentido propagandístico e incluso se encuentran aquellos que han puesto su pluma al servicio de determinada corriente. De hecho, son muchas las obras que han resultado de esa militancia o presión institucional y social, cuyo interés literario deja mucho que desear pues solo alcanzan el dudoso honor de pertenecer al ámbito del panfleto.

En el vasto universo de la literatura de ficción el número de obras de contenido sociopolítico es considerable. Es el caso, por ejemplo, del subgénero del Dictador, donde el tema principal son las acciones, y sus consecuencias, de un hombre (respaldado por una camarilla de adláteres que aprovechan para su beneficio el nebuloso carisma del líder) convertido en Estado.

En América Latina se han producido quizá las mejores novelas de este subgénero tal vez porque desde la independencia de los países de esta región, siempre ha habido dictadores.

Aparte de si el autor tuvo la intención de cuestionar su mundo o de si este cuestionamiento fue una consecuencia obligada del tema, es innegable que vale la pena, hoy más que nunca, no solo echarles una ojeada a algunas de ellas sino, en la medida de lo posible, hacer una lectura concienzuda de las obras más representativas de este subgénero, producidas casi todas en Latinoamérica. Ellas son, en orden cronológico de publicación:

-1851 Amalia, José Mármol (Argentina)

-1926 Tirano Banderas, Ramón del Valle Inclán (España)

-1929 La sombra del caudillo, Martín Luis Guzmán Franco (México)

-1946 El señor presidente, Miguel Ángel Asturias (Guatemala)

-1952 El gran Burundún-Burundá ha muerto, Jorge Salamea (Colombia)

-1974 El recurso del método, Alejo Carpentier (Cuba)

-1974 Yo, el supremo, Augusto Roa Bastos (Paraguay)

-1976 Oficio de difuntos, Arturo Uslar Pietri (Venezuela)

-1990 Agosto, Rubem Fonseca (Brasil)

-2000 El chivo, Mario Vargas Llosa (Perú)


viernes, 26 de mayo de 2017

El siglo de las luces

El escritor cubano Alejo Carpentier se apropia de los acontecimientos de la Revolución Francesa (donde se conjugaron lo más sublime y lo más vil del ser humano) para tejer, desde una perspectiva americana, la trama de su obra histórica El siglo de las luces, publicada en 1962.
Escrita en un estilo neo barroco la novela deslumbra por su vitalidad y maestría en el arte de combinar un conocimiento enciclopédico.
La historia empieza en La Habana donde las noticias del exterior apenas repercuten en la vida de tres adolescentes: Carlos, Sofía y Esteban; hasta que las circunstancias, junto con la llegada de Víctor Hughes -un extranjero-, los envuelven en el fárrago de los cambios radicales que se operaron en Europa y América a finales del siglo XVIII e inicios del XIX.
Esteban se involucra directamente en la revolución y el Terror que ésta desata, tanto en Francia como en las Antillas. Especialmente en la isla de Guadalupe trabaja a la sombra de Víctor Hughes (un personaje histórico poco conocido y tan contradictorio como todos los que participaron en el suceso de mayor importancia de la época), quien es designado, por las distintas facciones que se suceden en el poder, para imponer las leyes dictadas en París que cambian con el vaivén de los intereses personales o económicos, como es el caso del Decreto del 16 Pluvioso del año II, sobre la manumisión de los esclavos, que será abolido más adelante.
A los pocos años, después de haber trabajado en su consolidación, Esteban, desencantado, regresa a La Habana y advierte a Sofía y a quienes todavía creen en las bondades del Nuevo Régimen: "Cuidémonos de las palabras hermosas; de los Mundos Mejores creados por las palabras. Nuestra época sucumbe por un exceso de palabras. No hay más Tierra Prometida que la que el hombre puede encontrar en sí mismo.”

viernes, 10 de marzo de 2017

Tres tristes tigres

En medio de uno de los fenómenos culturales más importantes de América Latina, aparece en 1965 Tres tristes tigres, una novela que presenta múltiples facetas como sucede con todas las obras del llamado “boom latinoamericano” que hizo conocer nuestra literatura en todo el mundo.
1958 fue el año escogido por Guillermo Cabrera Infante para retratar una ciudad latinoamericana caracterizada por tener una atmósfera que la hizo única entre las capitales de este continente.
Se plantean varias historias que tienen como hilo conductor el hincapié que se hace en la manera de hablar de sus protagonistas: desde las comadres que se escriben cartas o que hablan por teléfono hasta los diálogos (con base en juegos de palabras) entre un actor y un periodista que hacen gala de sus amplios conocimientos. Es tarea del lector ubicar en el universo de la novela estas historias y los personajes que contribuyen a recrear el clima de una ciudad que parece hecha para el placer.
Se percibe en la lectura de la novela la música de Cuba y las noches vibrantes de la ciudad donde el aspecto más evidente es el entorno de La Habana de Batista, el dictador, con sus cabarets y locales nocturnos cuya vida agitada habla por boca de personajes como La Estrella o los dos turistas estadounidenses, mientras que en el recorrido por sus calles se dan a conocer mujeres de todas las condiciones.
Después de terminarla se me ocurre que esta novela debería ser leída en voz alta por un cubano, para apreciar con propiedad un texto rico en coloquialismos, juegos de palabras y giros idiomáticos.