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sábado, 10 de agosto de 2019

El maestro de los santos pálidos

“En el laberinto de caminos, senderos y sendas que cada día, cada hora, cada momento se presenta delante de nuestro proceder, sólo uno lleva a la meta. Estamos constreñidos a elegir continuamente sin saber nunca si la nuestra ha sido la elección correcta.”

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En pleno Renacimiento vive el pintor Genaro dalla Porretta cuya existencia transcurre alejada de los principales centros culturales de la época. Marco Santagata en la novela El maestro de los santos pálidos, publicada en 2002, cuenta su historia.

Genaro (más conocido como Cinín, un muchachito despreciado por todos) se ve envuelto en maquinaciones políticas e intrigas amorosas de las que se escapa para dar por casualidad con el maestro Giberto, un pintor cuyas habilidades -aunque limitadas- son suficientes para satisfacer la demanda de su clientela.
Cinín, quien ha caído como todo el mundo bajo el hechizo del nuevo estilo pictórico que florece por toda Italia, tiene una extraordinaria habilidad que le permitirá convertirse en aprendiz y luego en socio de su mentor. Cuando llega a ser él mismo un maestro define su propio estilo y al descubrir la perspectiva se apasiona por tan arduo asunto y decide incorporarla a sus pinturas.
Gracias a un contrato vuelve al lugar donde iniciaron sus andanzas con el encargo de hacer lo que más desea: pintar al fresco una pared donde aplicar lo que ha aprendido sobre colores y perspectiva. Lamentablemente esa obra no recibe los elogios que esperaba y es rechazada, lo que lo lleva a tomar una drástica decisión.
Santagata elabora en esta novela una vívida imagen con algunas de las aspiraciones y los obstáculos de los pintores del Quattrocento que, más de cinco siglos después, siguen influenciando nuestra percepción del arte; aunque según la opinión de la época su labor era un oficio como cualquier otro.

viernes, 11 de enero de 2019

Tatuaje



“…en los libros ilustrados la belleza era símbolo de fortaleza, y la fealdad, de flaqueza. Todos deseaban conseguir la perfección con tal vehemencia que llegaban al extremo de hacerse tatuar, y en su piel se perfilaban contornos majestuosos y sombras multicolores.”
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Una de las costumbres distintivas de las clases populares en el Japón de finales del siglo XIX era la del tatuaje, considerado por muchos como un elemento que realzaba el atractivo de aquellos que deseaban alcanzar la perfección física. En Tatuaje, un cuento publicado en 1910, Junichiro Tanizaki narra la historia del talentoso Seikichi quien fuera degradado de pintor de ukiyo-e (el grabado japonés) a tatuador, aunque no pudo ser despojado de su sensibilidad y espíritu de artista. Quizá su degradación se debiera a sus apetitos poco convencionales; su placer se alimentaba de maneras extrañas en el que se mezclaban la sensualidad y el dolor. Lo que sí se conoce de seguro es que era el mejor entre los mejores y para ser tatuado por Seikichi era necesario tener una piel y un porte seductores. Pero su “verdadero deseo era encontrar una hermosa mujer de piel resplandeciente en la cual tatuar su propia alma”. Cuatro años le llevó esa búsqueda, hasta que entrevió un pie y así supo que su dueña era la mujer que había estado buscando, quien merecía que él vertiera su alma en ella. Tuvo que esperar casi dos años más hasta que el azar le fue favorable.
Una jovencita, ayudante de geishas, llegó a su taller y Seikichi adivinó que esa muchachita tímida e inexperta era la que había esperado y que sería una mujer consciente del poder que ejerce la belleza, como el que ejercieron en su época las favoritas de algunos emperadores chinos. Bastaba con que él hiciera uso de sus habilidades; su tatuaje la transformaría.

viernes, 13 de octubre de 2017

Un artista del mundo flotante

Masuji Ono en Un artista del mundo flotante (1986), del escritor británico de origen japonés Kazuo Ishiguro (premio nobel de literatura, 2017), relata cómo es su vida en el Japón de posguerra. Entrelaza su mundo cotidiano con hechos del pasado, aunque a veces piensa que tal vez sus recuerdos no sean fidedignos porque sabe que la memoria es alterada por múltiples fenómenos.
Recuerda el "Mundo flotante", el barrio de placer, fielmente retratado por los pintores adscritos a diferentes escuelas; los cuestionamientos sobre el verdadero papel del arte en la sociedad o las discusiones en torno a la forma de pintar que seguía las pautas definidas por los artistas del grabado (Ukiyo-e), como Kitagawa Utamaro, quien ejerció una gran influencia en el mundo del arte desde el siglo XIX, no solo en Japón.
Después de haber sido un pintor de renombre Masuji Ono se ve relegado e incluso censurado por las nuevas generaciones (incluida su propia familia) que no comparten su posición política durante la guerra. Y es que los nuevos vientos que recorren el Japón en 1948 anuncian un giro sustancial en la manera de ver el mundo, aunque las costumbres de la vida doméstica permanezcan; como las complicadas negociaciones para llevar a cabo un matrimonio o la profunda relación de respeto entre maestro y alumnos, por ejemplo.
Esta novela, que evoca a escritores como Junichiro Tanizaki, Natsume Sōseki u Osamu Dazai, da cuenta de un periodo poco conocido (1948-1950) de un país que tuvo que sobreponerse a la destrucción sacrificando muchas de sus raíces culturales, con el fin de adoptar un estilo de vida occidental, para sobrevivir.

viernes, 12 de mayo de 2017

Seda


“Como por un singular precepto, dondequiera que fuese, aquel hombre andaba en una soledad incondicional y perfecta.”
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Hervé Joncour el protagonista de Seda, la novela de Alessandro Baricco publicada en 1996, tiene un trabajo poco habitual, debe recorrer cientos de kilómetros para comprar huevos de gusano en Siria y Egipto. Pero las circunstancias lo harán viajar más lejos, hasta el Japón, el país más exótico de todos en 1862.
En los confines del mundo encontrará, después de recorrer ocho mil kilómetros, una mirada, que es tan elocuente, que no necesita palabras para expresar todo lo que siente una mujer con rostro de niña y ojos occidentales.
Este hombre, para quien la vida no presenta tropiezos, se ve ante a un misterio que lo perturba pero que no cambia su mundo.
Las vicisitudes del comercio de la seda quedan en un segundo plano ante un sentimiento que no se expresa en palabras sino mediante símbolos y con las metáforas que están en el fondo y en la superficie de una novela tan concisa como un poema o un cuento.
En esta novela no sobra nada. En escasas setenta páginas y con casi diez personajes el autor es capaz de hacernos recorrer el mundo de oeste a este y viceversa y de enseñarnos la forma que puede adoptar una pasión tan reposada como intensa.
De los personajes que aparecen en esta historia sólo dos (la esposa de Hervé y la japonesa que vive en una fiesta continua) se mueven en un mundo tan real y tangible que no logran influir en la vida del protagonista. Únicamente la mujer que aparece por primera vez ante sus ojos ataviada con un vestido rojo como una llama le enseña a descubrir lo que es la maravilla.

viernes, 5 de mayo de 2017

Las imágenes de Alicia

Por su complejidad la lectura de Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas, publicada en 1865, siempre será un reto para cualquier lector. Pero leer este libro es una experiencia digna de repetirse, no sólo porque es una obra magistral sino porque cada cierto tiempo aparece una nueva propuesta visual de esta historia que vio la luz por primera vez en plena época victoriana.
Psiquiatras de la talla de Jacques Lacan y filósofos como Gilles Deleuze le han dedicado sendos estudios o comentarios a la obra de Lewis Carroll. Sin embargo, son quizás los artistas e ilustradores de diversa índole quienes la han consagrado como uno de los libros de imprescindible lectura en el amplio universo de la literatura. Aunque no hay que olvidar que el cine y el teatro han contribuido a esta difusión rodando películas de aceptación variable.
Desde que John Tenniel hizo sus dibujos para la primera edición, han sido muchos los que han representado el mundo de Alicia y las paradojas en las que nos sumerge. Incluso Salvador Dalí plasmó las inquietudes que le despertó, planteando otras con sus pinturas y dibujos.
Lo que sí no se ha hecho, ni aun en las adaptaciones más edulcoradas, es desvirtuar el sinsentido y el absurdo que conforman la historia y que la hacen enigmática a veces, pero siempre seductora.
Hasta ahora la última “Alicia” es tal vez la de Rebecca Dautremer, quien nos presenta su propia versión de los personajes y del espacio por el que estos se mueven incesantemente. Sus ilustraciones y bocetos de trazo sutil son tan inquietantes como el texto que acompañan. Nos muestra un País de las maravillas distinto al que conocíamos y con algunos detalles anacrónicos añade nuevas paradojas a una obra difícil de ser superada. La reina de corazones, la falsa tortuga o la oruga fumadora tienen aquí un aspecto muy diferente al que estábamos acostumbrados.
Este libro que fue publicado por primera vez en francés en el 2010 y en español en el 2012, ya ocupa un lugar especial en el variado mundo que se ha ido gestando a partir de una obra que tiene más de 150 años y que sigue tan vigente como al principio.