miércoles, 30 de septiembre de 2020

Todos los nombres

"El espíritu humano, (…), cuántas veces será necesario decirlo, es el lugar predilecto de las contradicciones…"
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Nada más fácil que resumir la trama de la novela Todos los nombres (1997) de José Saramago, aparentemente. Don José, un funcionario de la Conservaduría General del Registro Civil, encargado de asentar nacimientos y defunciones decide, a causa de un accidente sin importancia (el fortuito encuentro de una ficha que no estaba buscando), hacer indagaciones para conocer la vida y circunstancias de una mujer de quien sólo tiene los datos básicos. Sin razones que lo justifiquen emprende pesquisas en los archivos y en el mundo exterior a las cuatro paredes del inmenso edificio donde trabaja; efectivamente don José hará interrogatorios valiéndose de una credencial falsa y hasta incursionará en los ámbitos del delito para saber más de una mujer que no se distingue de los miles de hombres y mujeres que han pasado por sus manos de escribiente, por decirlo de alguna manera; acciones que lo llevarán a cuestionarse su propia existencia. Una historia que parece sencilla, con un solo personaje principal tangible, y otro que sólo habla tres o cuatro veces en toda la obra pero que define el orden social en el que se inscriben don José y todos aquellos que han nacido y muerto.
La ciudad en la que se desenvuelve la historia es un lugar sin características reconocibles, los nombres o números de las calles no son mencionados nunca, así como no aparecen los nombres de ninguna de las personas con las que habla o de quienes habla don José; se les conoce sólo por atributos o referencias elementales. Ni siquiera se menciona el de la mujer que rastrea.
En esta novela se identifica con facilidad el característico estilo de José Saramago que mezcla reflexiones, diálogos y descripciones sin solución de continuidad. Una novela que se basa en opuestos como el de la vida y la muerte o el del orden y el caos que se manifiestan en el mismo edificio de la Conservaduría donde, a causa del volumen de registros, hay lugares donde se accede sólo bajo las precauciones necesarias para recorrer un laberinto, o en el cementerio donde no todas las lápidas, a causa del tiempo, conservan los nombres de los que yacen debajo, a lo que se suma la actuación deliberada de un hombre que altera las nomenclaturas.
Con un final inesperado esta novela tiene todos los elementos de esos relatos de suspense que giran en torno a un enigma; aunque aquí no hay asesinatos, ni villanos ni héroes, atrapa al lector como sucede con las obras de los mejores maestros del género policiaco.