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viernes, 3 de mayo de 2019

Cuatro años a bordo de mí mismo

Mañana llegaremos. Mañana. Qué terrible palabra es ésta. El mañana es absurdo. Es la esperanza de vivir y la certeza de la muerte. No debiera existir el mañana. Siempre debiera ser hoy. El hoy es lo logrado, lo que se alcanzó, la realidad, lo concreto. Hoy, ¡todo debiera ser hoy! Con esa redondez de verdad que tiene el hoy. El hoy que es la negación de la muerte.”
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En 1932 se publica la novela de Eduardo Zalamea Borda Cuatro años a bordo de mí mismo, cuyo tema gira en torno a la vida, la muerte y las pasiones que las alimentan. Una obra introspectiva donde el narrador recorre el lugar que podría llegar a ser el más apartado para cualquier ser humano: su propia alma.
El protagonista, un hombre del interior arriba a Barranquilla con la intención de embarcarse hacia la península de la Guajira, el lugar con el que ha soñado y donde no sabe si podrá realizar sus fantasías. Pero la realidad superará cualquier paisaje imaginario de los que se ha forjado; empezando por el mar siempre cambiante y misterioso que al principio le niega la entrada a ese lugar mítico hacia el que se dirige. Cuando al fin llega se da cuenta de que para ese mundo nada lo ha preparado. Los personajes con los que se encuentra, gentes de todas las procedencias, combinan sus costumbres con las de los indios en un ambiente que incluye casi siempre la violencia. Personajes que no pueden escapar a la hostilidad de la tierra y el mar, ni a esos indios que aparecen por lo general en un segundo plano, pero cuya presencia es permanente.
En las páginas de esta obra, primordial para entender la narrativa moderna latinoamericana, la poesía se manifiesta en cada párrafo; en ella Zalamea describe con habilidad gentes, paisajes, situaciones y unos sentimientos que están más cerca de lo primitivo que de las convicciones morales con las llegan todos a aquellas tierras, donde hombres y mujeres están dominados por el deseo que se manifiesta de múltiples maneras.

viernes, 23 de marzo de 2018

El año de la muerte de Ricardo Reis

“…la soledad no es vivir solo, la soledad es no ser capaz de hacer compañía a alguien o a algo que está en nosotros, la soledad no es un árbol en medio de una llanura donde sólo está él, es la distancia entre la savia profunda y la corteza, entre la hoja y la raíz.”
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En El año de la muerte de Ricardo Reis, novela publicada en 1984, José Saramago reviste a su personaje principal, uno de los heterónimos del poeta portugués Fernando Pessoa, de una existencia tangible. Nos presenta una parte de su historia y hace algunas referencias a otros seres que comparten su misma naturaleza, esos otros en los que habitó el poeta, o lo habitaron, para asumir su soledad, o para eludirla.
Fernando Pessoa acaba de morir y este acontecimiento le sirve de justificación a Ricardo Reis, un médico-poeta, para regresar de Brasil y establecerse de nuevo en su patria.
Con las noticias relevantes e intrascendentes que publican los periódicos en 1935-1936 Saramago reconstruye el entorno donde ubica a su personaje, que aparece como amigo de Fernando Pessoa con quien establece contacto y le sirve de interlocutor a pesar de ya estar muerto.
Siguiendo sus solitarios recorridos por Lisboa, en un momento de bastante inestabilidad política en Europa, conocemos tipos característicos, maneras de pensar, supersticiones y costumbres que sirven de telón de fondo a las intrigas amorosas de Ricardo Reis y a sus intentos de acomodarse a un país que mira desde la distancia del recién llegado. Una tarea que se le vuelve cada vez más difícil a medida que se evidencia su incapacidad de identificar su mentalidad clasicista con el mundo prosaico que se le presenta cada día.
Mezcla de historia, poesía y creación literaria esta obra es una lectura obligada para aquellos que admiren la complejidad de la obra de Fernando Pessoa.

jueves, 19 de enero de 2017

Esperando a los bárbaros

"...anocheció y los bárbaros no llegaron.
Y unos vinieron desde las fronteras
y dijeron que bárbaros ya no existen.
Y ahora qué será de nosotros sin los bárbaros."
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Esperando a los bárbaros, escrito en 1904, forma parte de los 154 poemas canónicos de Constantino Cavafis y es quizá uno de los más conocidos de este autor; sobre todo después de que el premio Nobel le fuera concedido en 2003 a J. M. Coetzee, quien entre otras obras había publicado una novela con el mismo nombre en 1980.
Cavafis, el poeta de Alejandría, describe un suceso ambientado en las postrimerías de un imperio indefinido. Evoca el esplendor de una vieja civilización, manifiesta sus aprensiones y esperanzas de entregar la responsabilidad a quienes no se sabe si existen. Sin embargo, Cavafis no menciona el temor a lo desconocido ni cuestiona las pasadas acciones del imperio.
Los bárbaros allí, son una entidad imprecisa como en la novela de Coetzee, donde se ha querido ver únicamente un cuestionamiento a la violencia de Sudáfrica, cuando es también la mirada que dirige a su interior un hombre de mediana edad a quien la vida no le ha permitido encontrar respuesta a sus preguntas. Funcionario de un pueblo fronterizo, asiste impotente a los esfuerzos del imperio por justificar su dominación y su violencia.
Una situación analizada en otro libro homónimo, publicado en 1992 por el editor y periodista francés Guy Sorman donde se exponen las leyes y las políticas de diferentes lugares del mundo contemporáneo con respecto a los bárbaros de hoy: los inmigrantes y los drogadictos. Un problema que se extiende por toda la historia del siglo XX y que ha alcanzado unas dimensiones al parecer inmanejables en estos comienzos del siglo XXI.