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viernes, 14 de junio de 2019

Ciudad abierta

“Experimentamos la vida como un continuo y sólo una vez que declina, una vez que se vuelve pasado, vemos las discontinuidades. El pasado, si existe, es sobre todo espacio vacío, grandes extensiones de nada en las cuales flotan personas y acontecimientos significativos.”
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En New York, la ciudad cosmopolita por antonomasia vive Julius, el protagonista de Ciudad abierta, la novela de Teju Cole publicada en 2011. El narrador, un hombre llegado de Nigeria a los Estados Unidos en su temprana juventud, se identifica tanto con la cultura occidental que durante buena parte del tiempo el lector se olvida de que es un hombre africano el que habla.
Julius recorre la ciudad observando y fijando en su memoria calles, parques y situaciones donde la gente que aparece expresa sus ideas marcadas por experiencias que en algunos casos han llegado a ser extremas. Como muchas obras, ésta se va abriendo a espacios inesperados; las descripciones que hace el protagonista de lugares, personajes y emociones, así como las contextualizaciones históricas, avasallan el texto convirtiéndolo por momentos en una suma de reflexiones más que en un trabajo de ficción.
Los temas actuales que preocupan a los estadounidenses especialmente, aparte de sus condiciones particulares, son representados en los personajes de la historia, revelando diferentes maneras de pensar y actuar que evidencian algo sabido: la vida de un ser humano tiene múltiples raíces que se extienden en incontables direcciones, máxime si se trata de un inmigrante como Julius, cuyas vivencias personales se complementan con las de sus antepasados y las de muchas otras personas provenientes de distintas ciudades y países.
Aunque al final queda una sensación de insatisfacción vale la pena leer una obra que lleva al lector por una variedad de asuntos que, si bien no conforman una novela como suele pensarse, dan cuenta de los vastos conocimientos del autor sobre temas tan variados como las aves, la música, la historia y por supuesto New York.

viernes, 29 de marzo de 2019

Ciudad de cristal

New York era un espacio inagotable, un laberinto de interminables pasos, y por muy lejos que fuera, por muy bien que llegase a conocer sus barrios y calles, siempre le dejaba la sensación de estar perdido. Perdido no sólo en la ciudad, sino también dentro de sí mismo. Cada vez que daba un paseo se sentía como si se dejara a sí mismo atrás…”
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Paul Auster inicia “La trilogía de New York” con la publicación en 1985 de “Ciudad de cristal” donde cuenta el extraño caso de Daniel Quinn, un autor que bajo el seudónimo de William Wilson escribe novelas detectivescas.
“Todo empezó por un número equivocado”; así empieza la novela y así empieza Quinn a involucrarse en el mundo de Max Work, el protagonista de sus obras, al aceptar un trabajo de detective privado, afrontando una situación evidentemente dudosa al adoptar la identidad de otra persona (un hombre llamado Paul Auster) para seguir los pasos de Mr. Stillman quien está a punto de salir en libertad. Una tarea sencilla en apariencia que lleva a Quinn a entrar en contacto con seres que llevan una vida insólita determinada por el misterio y a reafirmarse en esa imagen que tiene de su ciudad como un laberinto que cambia cada día y donde podría dejar de ser él mismo.
En esta novela, a una clásica historia del género negro se superponen las ideas sobre la vida que va anotando Quinn en un cuaderno y las indagaciones que hace sobre los personajes cuyas identidades están curiosamente emparentadas con obras literarias como “William Wilson” de Edgar Allan Poe, “Don Quijote de la Mancha” de Miguel de Cervantes Saavedra o “A través del espejo” de Lewis Carroll.
El autor se vale de los recursos de la novela negra para hacer a la manera de Cervantes un juego literario donde para entender qué le sucedió a Daniel Quinn tal vez haya que recurrir a las pistas que aparecen en las reflexiones que sobre el mundo y la literatura hacen aquí los personajes-escritores.

viernes, 3 de febrero de 2017

Jazz

En 1992 Toni Morrison publicó Jazz, una novela de imágenes, de escenas cinematográficas y de sonidos lentos o exaltados, donde pinta con destreza la vida de una minoría durante las primeras décadas del siglo XX en la gran Ciudad: Nueva York. Sus protagonistas son inmigrantes del campo estadounidense, descendientes de hombres y mujeres recién liberados de la esclavitud.
Ellos, entre otros, contribuyen a darle a esta urbe las características que la convertirán en la metrópoli por antonomasia del siglo veinte. Pertenecen a una población que dibuja su propia geografía con una idiosincrasia bastante definida. En la novela se mezclan dos ámbitos: la ciudad que se recompone constantemente con cada nueva ola de recién llegados y el campo donde se hunden las raíces de los personajes que la protagonizan.
A consecuencia de una muerte se empiezan a perfilar algunos ambientes del lugar donde ya en 1926 podría perderse el alma con mucha facilidad. Las vidas de Violet y Joe Trace estarán marcadas por acontecimientos triviales que se vuelven tan memorables como la acción que se describe en el primer párrafo, donde se decide el tono de la obra. Pequeños acontecimientos que, sin embargo, adquieren dimensiones de gran drama. Como el destino de Dorcas, una joven mulata envuelta en el amasijo de emociones que constituyen la realidad de Joe y de su esposa Violet.
Si se lee la primera página será imposible dejar inconcluso este libro. Aunque su manera de narrar recuerde a Faulkner, Toni Morrison nos cuenta con voz particular la historia de unos amores poco convencionales.