Desde época muy remota autores de distinta
condición y calidad han hecho de sus escritos de ficción (teatro, cuento,
novela) un vehículo para cuestionar la realidad. Baste recordar a Aristófanes
el comediógrafo griego (446 a.C. -386 a.C.) quien en sus comedias reflejaba las
pugnas ideológicas de su tiempo o a H.G. Wells (1866-1946) y sus obras de
crítica social.
Desde Aristófanes (y es posible que desde
antes) hasta la actualidad la literatura ha debatido, con mayor o menor
acierto, las acciones, los gobiernos, las instituciones de determinada sociedad
y en general todo lo que atañe a la condición humana.
Mucho se ha teorizado, pero sobre todo
especulado, sobre la función del arte y específicamente de la literatura. Sin
embargo, aparte de las polémicas que se suscitan en torno a la funcionalidad de
ésta, no se puede negar que algunos autores y muchas obras literarias han
ejercido gran influencia en las sociedades en las que se han producido, independientemente
de su intencionalidad, manifiesta o no, cuyo alcance va más allá del terreno de
la crítica social o política.
También es cierto que muchos creadores han sido
objeto de presiones por parte de gobiernos y movimientos políticos para que sus
obras tengan un sentido propagandístico e incluso se encuentran aquellos que
han puesto su pluma al servicio de determinada corriente. De hecho, son muchas las
obras que han resultado de esa militancia o presión institucional y social,
cuyo interés literario deja mucho que desear pues solo alcanzan el dudoso honor
de pertenecer al ámbito del panfleto.
En el vasto universo de la literatura de
ficción el número de obras de contenido sociopolítico es considerable. Es el
caso, por ejemplo, del subgénero del Dictador, donde el tema principal son las
acciones, y sus consecuencias, de un hombre (respaldado por una camarilla de
adláteres que aprovechan para su beneficio el nebuloso carisma del líder) convertido
en Estado.
En América Latina se han producido quizá las
mejores novelas de este subgénero tal vez porque desde la independencia de los
países de esta región, siempre ha habido dictadores.
Aparte de si el autor tuvo la intención de
cuestionar su mundo o de si este cuestionamiento fue una consecuencia obligada
del tema, es innegable que vale la pena, hoy más que nunca, no solo echarles
una ojeada a algunas de ellas sino, en la medida de lo posible, hacer una
lectura concienzuda de las obras más representativas de este subgénero, producidas
casi todas en Latinoamérica. Ellas son, en orden cronológico de publicación:
-1851 Amalia, José Mármol (Argentina)
-1926 Tirano Banderas, Ramón del Valle Inclán
(España)
-1929 La sombra del caudillo, Martín Luis
Guzmán Franco (México)
-1946 El señor presidente, Miguel Ángel
Asturias (Guatemala)
-1952 El gran Burundún-Burundá ha muerto, Jorge
Salamea (Colombia)
-1974 El recurso del método, Alejo Carpentier
(Cuba)
-1974 Yo, el supremo, Augusto Roa Bastos
(Paraguay)
-1976 Oficio de difuntos, Arturo Uslar Pietri
(Venezuela)
-1990 Agosto, Rubem Fonseca (Brasil)
-2000 El chivo, Mario Vargas Llosa (Perú)