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domingo, 3 de noviembre de 2019

El enfermo Molière


“…espero que se recuerde siempre a Molière. Las personas mueren realmente cuando aquellos que las amaban las olvidan. Contemplo con frecuencia el retrato de Molière que tengo en casa, pintado por Mignard. No quiero olvidar a mi amigo. Quiero mantenerlo vivo en mi corazón y en mi mente mientras yo exista.”

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En su lecho de muerte Molière le manifiesta a un amigo que ha sido envenenado y éste por razones muy personales decide investigar él solo la veracidad de tal hecho. Bajo tal premisa se desarrolla “El enfermo Molière” (2000) donde el narrador, aunque duda de semejante declaración, repasa las obras del comediante para encontrar pistas que lo ayuden a encontrar al culpable.
Que un hombre afirmara tal cosa no era muy descabellado en la segunda mitad del siglo XVII en Francia, donde los venenos se vendían casi libremente y en París estaban a la orden del día los homicidios por envenenamiento cometidos por nobles o plebeyos. Tan grave se volvió el problema que el rey Luis XIV tuvo que nombrar una división especial de la policía para investigar y castigar a los culpables. Por esos años fue que la sociedad francesa se vio conmovida por los asesinatos atribuidos a la marquesa de Brinvilliers, juzgada y condenada a muerte.
En una época tan convulsa cualquiera podía haber envenenado a este dramaturgo, actor y poeta que, mediante su corrosiva pluma, denunciaba y hacía mofa de médicos, sacerdotes, escritores o miembros de la nobleza y quien a causa de ello padeció los vaivenes del favor real, las intrigas palaciegas, la persecución religiosa y las habladurías de los salones donde se hacían y deshacían reputaciones.
En esta versión novelada del trabajo y las circunstancias de un hombre de la talla de Molière, uno de los más grandes escritores de la literatura universal, Rubem Fonseca se permite algunas licencias al revivir un periodo de la historia donde coinciden los grandes autores que pulieron y le dieron forma definitiva al francés, un idioma que se impondría en todo el mundo occidental durante más de dos siglos.

viernes, 18 de enero de 2019

La ratonera

“…sobre el cadáver encontraron un papel que decía ‘Éste es el primero’; y debajo de estas palabras había tres ratoncitos dibujados y unas notas musicales. Las notas corresponden a la cancioncilla infantil titulada ‘Tres ratones ciegos’.”
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Una de las piedras de toque del subgénero policial es sin lugar a dudas La ratonera (The Mousetrap), la obra de teatro escrita por Agatha Christie que no ha dejado de representarse ininterrumpidamente desde su estreno en el Theatre Royal de Nothingham en el otoño de 1952 y que después de su traslado a la ciudad de Londres se ha convertido en otro de los atractivos turísticos de esa ciudad.
En una casa de huéspedes que ha abierto sus puertas recientemente se cometerá un crimen, y se intentará llevar a cabo otro; situación que tiene sus raíces en hechos del pasado. Coinciden en aquel lugar ocho personajes que se ven envueltos en el desenlace de una vieja historia que involucra a unos niños. Como en toda obra de carácter policiaco todos resultarán sospechosos, y el espectador pasará de una certeza a otra hasta el final.
Gracias a la habilidad de Agatha Christie para pintar caracteres con unos cuantos trazos y a las claras indicaciones que da a los actores o las efectistas entradas y salidas de escena perfectamente definidas en el libreto, se mantiene la tensión sin que llegue a decaer la expectativa a pesar del tono de comedia ligera que se respira todo el tiempo.
El pasado, la venganza y el toque macabro de las canciones infantiles son elementos que aparecen con frecuencia en la obra de esta autora quien supo combinar como pocos escritores los elementos policiacos y de suspenso con un agudo sentido de la observación del comportamiento humano para producir una obra que en su conjunto es bastante sólida.

viernes, 31 de agosto de 2018

Una gata sobre un tejado de zinc caliente (Cat on a Hot Tin Roof)

“Cuando algo se enquista en el recuerdo o en la imaginación, la ley del silencio no funciona, es como cerrar con llave la puerta de una casa que está ardiendo con la esperanza de olvidar que está ardiendo. Pero no hacer frente al fuego no sirve para apagarlo. El silencio sobre una cosa sólo sirve para magnificarla. Crece y se encona con el silencio, se convierte en algo maligno…”
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Tennessee Williams ganó su segundo premio Pulitzer con la obra teatral “Una gata sobre un tejado de zinc caliente” en 1955, el mismo año de su estreno en Nueva York bajo la dirección de Elia Kazan. La obra, que se desarrolla en tres actos tiene lugar al final de la tarde en una extensa plantación del delta del Mississippi en medio de una crisis familiar desatada en una fiesta de cumpleaños.
En una sola habitación seis personajes exponen sus temores y deseos más íntimos. Maggie, por ejemplo, se esfuerza por entender las razones para la afición a la bebida de Brick, su esposo, mientras que los demás miembros de la familia se empeñan en resolver o aprovecharse de un problema peor: la grave enfermedad del paterfamilias que desconoce su estado.
La indolencia de Brick con respecto a todo lo que pasa a su alrededor impulsa a Maggie a actuar decididamente para defender su posición, en la estructura familiar, que se ve amenazada. Su fuerte carácter se impone a Brick y a sus cuñados que pretenden dejarla de lado.
Pero no sólo se ventilan los problemas de Brick y Maggie, durante el tiempo que dura la representación saldrán a la luz los conflictos que los hostigan a todos en ese momento: miedos, deseos ocultos, codicia, rivalidades explícitas o estrategias soterradas son expuestos con crudeza en este drama que desnuda las tramas e intrigas que se desarrollan al interior de una familia que es como cualquier otra.

viernes, 4 de mayo de 2018

La voz humana

“...Hablo, hablo; creo que nos estamos hablando como de costumbre y después de repente se me presenta la verdad ...... (Lágrimas) ...... ¿Para qué hacerse ilusiones? ...... Sí ...... sí ...... ¡No! En ese tiempo se veía uno. Podía perderse la cabeza, olvidar las promesas, arriesgar lo imposible, convencer a los que uno adoraba besándoles, aferrándose a ellos. Una mirada podía cambiarlo todo. Pero con este aparato, lo que se acabó, se acabó ......”
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En 1930, hace casi noventa años el polifacético artista Jean Cocteau escribió esta pequeña obra maestra que fue estrenada en París por la actriz Berthe Bovy en la Comédie Française. Desde entonces actrices de gran calibre como Ingrid Bergman o Anna Magnani han dado aliento a este monólogo para comunicar todas las emociones que cualquier ser humano que se halla visto en una situación semejante conoce muy bien: una persona que a pesar de ser consciente de la ruptura de su relación declara abiertamente un amor incondicional.
Toda la angustia de una mujer que sabe que su relación ha terminado se refleja en una conversación telefónica que ilustra con claridad sus sentimientos y los de la persona a quien no intenta convencer, pero de quien está completamente enamorada. Con la voz desgarrada por la emoción cuenta las trampas y pequeñas mentiras que se dice a sí misma y a su interlocutor para lograr remontar la sima depresiva en la que se halla.
No es casual que la conversación sea interrumpida por las fallas del teléfono o las interferencias; así es la comunicación entre la gente.
Leer este texto no le tomará más de media hora a un lector promedio, sin embargo puesto en escena dura mucho más porque es en el escenario donde las palabras adquieren toda su dimensión por cuenta de los silencios, de las expresiones del rostro y los movimientos del cuerpo que acompañan a ese fenómeno compuesto de aire y espíritu que es una voz humana.
En esta época de grandes avances tecnológicos sigue produciendo el mismo desasosiego, como en la década de los años treinta, una comunicación precaria e incierta que al fin y al cabo, y en muchas ocasiones, no depende de los medios que se utilizan para establecerla, sino de la voluntad.