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domingo, 3 de noviembre de 2019

El enfermo Molière


“…espero que se recuerde siempre a Molière. Las personas mueren realmente cuando aquellos que las amaban las olvidan. Contemplo con frecuencia el retrato de Molière que tengo en casa, pintado por Mignard. No quiero olvidar a mi amigo. Quiero mantenerlo vivo en mi corazón y en mi mente mientras yo exista.”

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En su lecho de muerte Molière le manifiesta a un amigo que ha sido envenenado y éste por razones muy personales decide investigar él solo la veracidad de tal hecho. Bajo tal premisa se desarrolla “El enfermo Molière” (2000) donde el narrador, aunque duda de semejante declaración, repasa las obras del comediante para encontrar pistas que lo ayuden a encontrar al culpable.
Que un hombre afirmara tal cosa no era muy descabellado en la segunda mitad del siglo XVII en Francia, donde los venenos se vendían casi libremente y en París estaban a la orden del día los homicidios por envenenamiento cometidos por nobles o plebeyos. Tan grave se volvió el problema que el rey Luis XIV tuvo que nombrar una división especial de la policía para investigar y castigar a los culpables. Por esos años fue que la sociedad francesa se vio conmovida por los asesinatos atribuidos a la marquesa de Brinvilliers, juzgada y condenada a muerte.
En una época tan convulsa cualquiera podía haber envenenado a este dramaturgo, actor y poeta que, mediante su corrosiva pluma, denunciaba y hacía mofa de médicos, sacerdotes, escritores o miembros de la nobleza y quien a causa de ello padeció los vaivenes del favor real, las intrigas palaciegas, la persecución religiosa y las habladurías de los salones donde se hacían y deshacían reputaciones.
En esta versión novelada del trabajo y las circunstancias de un hombre de la talla de Molière, uno de los más grandes escritores de la literatura universal, Rubem Fonseca se permite algunas licencias al revivir un periodo de la historia donde coinciden los grandes autores que pulieron y le dieron forma definitiva al francés, un idioma que se impondría en todo el mundo occidental durante más de dos siglos.

viernes, 27 de julio de 2018

El coloquio de los perros


“…no tiene la murmuración mejor velo para paliar y encubrir su maldad disoluta que darse a entender el murmurador que todo cuanto dice son sentencias de filósofos, y que el decir mal es reprehensión y el descubrir los defetos ajenos buen celo. Y no hay vida de ningún murmurante que, si la consideras y escudriñas, no la halles llena de vicios y de insolencias”.
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En 1613 sale a la luz Novelas ejemplares de Miguel de Cervantes Saavedra, obra que incluye El coloquio de los perros; una transcripción de un supuesto diálogo escuchado por un hombre convaleciente de una larga enfermedad (el alférez Campuzano).
En la puerta de un hospital de Valladolid dos perros sorprendidos de poder hablar, reflexionar y analizar deciden aprovechar esta capacidad para contarse sus andanzas. Empieza Berganza (un mastín conocido también como Gavilán, Barcino, “Perro sabio”, Montiel) a relatar sus aventuras con los diferentes amos que tuvo, entretejiendo en su relación juicios tan atrevidos que Cipión, el otro perro, lo previene contra la murmuración. Sin embargo Berganza no se abstiene de expresar sus sabias opiniones sobre diferentes tópicos, especialmente sobre las personas con las que convivió y padeció.
Entre todas sus historias quizá la más entretenida es la de la bruja Cañizares que lo confunde con el hijo de su amiga La Montiel, otra hechicera, dándole razones para explicar el hecho de poder hablar y asegurándole que recobrará su verdadera naturaleza. Sin embargo el escéptico Cipión no se deja convencer y reconviene a Berganza para que no se exceda en su confianza como lo hace en sus juicios.
Dos son los puntos de mayor interés en esta obra: uno es por supuesto la historia que gira en torno a la relación que establece Cervantes entre realidad, ficción y veracidad. El otro aspecto es sin duda el lenguaje salpicado de dichos y refranes que todavía hacen parte del habla cotidiana de muchos hispanohablantes.
Esta cortísima novela, que puede situarse en el género de la picaresca, permite una mirada bastante certera a la sociedad de los comienzos del siglo XVII tan parecida a la actual donde la hipocresía y el engaño campean y las leyes se violan constantemente haciendo de los victimarios víctimas y de los ingenuos pasto de los avivatos.