La leyenda, mosaico de Blanca Luz Restrepo Posada
Con la muerte de Carlos Gardel o
con el nacimiento de Jairo, según se mire, empieza Aire de Tango de Manuel Mejía Vallejo. Ernesto Arango, uno de los
personajes, habla de su pasado y de su presente como si lo entrevistaran o como
si le contara una historia a un desconocido que nunca se hace visible. Habla de
una vida que gira en torno a los bares y a la violencia pautada por las letras
de los boleros, los tangos y las milongas en su mayor parte.
Él es el narrador pero los
protagonistas son otros: Carlos Gardel que se volvió leyenda desde el mismo
momento de su muerte en el aeropuerto de Medellín una tarde de junio de 1935 y Jairo,
el “guapo”, el matón que lo idealizó coleccionando discos y cuanta referencia
pudiera encontrar, sin importar su veracidad.
Entre Medellín, una ciudad que
deja de ser pueblo a lo largo del siglo XX y Balandú, que representa a todos
los lugares de donde era la gente de Antioquia que llegaba a la ciudad, se
mueven los personajes de esta novela afincados en Guayaquil, un sector que se
desarrolló en torno a una estación de trenes donde las canciones reflejaban la
vida o la vida se acomodaba a las canciones. Acompañados tangencialmente en su
trasegar por intelectuales y poetas, tan encandilados como ellos con el
ambiente de la noche, habitaron un lugar donde no sólo había gritos y
puñaladas, era también el sitio del licor, de las mujeres y del juego donde el
amor o el sexo se buscaban con determinación.
Este es un largo monólogo desesperanzado
donde cabe toda la ciudad de Medellín o al menos la que importaba para todos
esos que hicieron del barrio Guayaquil su mundo.
Para entender la realidad de la
ciudad actual no basta con leer libros de historia, hay que leer esta novela
que le dio carta de ciudadanía, por así decirlo, a un pueblo grande. Publicada
en 1973 y escrita de manera coloquial recoge formas de decir y de pensar que se
mantienen aún en el habla y en la vida de muchos de los habitantes de esta
ciudad.