Con El beso de la mujer araña Manuel Puig demuestra, una vez más, que el relato puede ser otra fórmula para seducir. Molina, acusado por un delito sexual, le cuenta a su compañero de celda una serie de películas, exponiendo simultáneamente su manera de pensar con respecto a la vida. El receptor de las historias es Valentín, un preso político que tratará, sin lograrlo, de ideologizar las narraciones. Sin embargo la necesidad de escuchar, o de pasar el tiempo, lo llevará a respetar al fin la voz del relator, limitándose a preguntar sin hacer juicios críticos.
Entre estos dos personajes, tan disímiles, se teje una compleja relación que tiene como consecuencia cambios radicales: Valentín ve como el enfoque inicial, frente a las ideas y al comportamiento de Molina, se modifica a medida que conoce su historia personal. Molina, que está más interesado en salir de la prisión que en los meandros ideológicos de Valentín, se ve al final involucrado en los asuntos políticos de éste.
En 1976, cuando apareció la obra, el conocimiento sobre la homosexualidad masculina se reducía, en la mayoría de los casos, a prejuicios centenarios. La novela incluye vastas notas de pie de página que intentan realizar una labor pedagógica relacionada con la orientación sexual de “Molinita”, pero los propósitos educativos del autor ralentizan la dinámica de la novela que, por otro lado, acierta en la mezcla de realidad y fantasía: las horas opresivas de la cárcel se diluyen en los intensos momentos de las películas donde mujeres seductoras se ven envueltas en todo tipo de aventuras.
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