“Eran personas descuidadas, (...) dañaban las cosas y a las personas y,
entonces se refugiaban en su dinero o en su gran indiferencia, o en lo que
fuera que los mantenía juntos, y dejaban que la otra gente limpiara los
regueros que habían dejado...“
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En el verano de 1922 Jay Gatsby, un
recién llegado a la ciudad de New York, deslumbra a la alta sociedad dando
grandes fiestas en su casa de la playa. Aparentemente sólo quiere divertirse, como
la variopinta multitud que lo visita, pero detrás de su aire despreocupado hay
una intención muy definida.
¿Quién es Jay Gatsby? ¿Acaso es
otro joven adinerado o uno de los que alcanzó el sueño americano sin importar
los medios a los que tuvo que recurrir para lograrlo? Para la sociedad
neoyorkina no pasa de ser la atracción del momento y su casa el lugar donde se
puede conseguir diversión y licor con facilidad. Las historias que corren sobre
su procedencia lo hacen más atractivo aunque para la mayoría no deja de ser un advenedizo.
Nick Carraway, el
narrador, se involucra en sus planes cuando éste le confiesa la razón para llevar
ese tren de vida: reanudar su relación con Daisy, la chica que dejó cinco años
atrás para enlistarse en el ejército y pelear en la Gran Guerra.
Pero las cosas no son tan
simples. Para conseguir el dinero que le permite vivir de esa manera Gatsby ha
tenido que involucrarse con personajes poco recomendables y este hecho puede influir
en la decisión de Daisy al momento de escoger entre él y su esposo Tom Buchanan.
En su novela El gran Gatsby, publicada en 1925, F. Scott Fitzgerald analiza la característica doble moral de la sociedad estadounidense. Esta historia, que se desarrolla casi en la misma época en que fue escrita retrata a las personas que vivieron con despreocupación los locos años veinte en medio de la Prohibición (con total indiferencia por las personas que pudieran quedar atrapadas en su trama de intereses personales) quizá como reacción al horror de la Primera Guerra Mundial.
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