“—Nosotros no somos turistas —dijo la señora Slade—. Vamos a donde queremos cuando queremos. Es la única forma de viajar. Viajar en grupo es degradante. Lo que importa es ser libre. No tener que hacer planes por adelantado.”
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En la última novela que escribió Paul Bowles, Por encima del mundo (1966), el
doctor Taylor Slade y su esposa Day, una pareja de viajeros estadounidenses,
llegan a un indeterminado país latinoamericano donde tienen la oportunidad de experimentar
muy de cerca el color y la atmósfera locales.
El día posterior a su llegada a la capital (una ciudad de la que nunca se
llega a conocer el nombre), Day conoce por casualidad al joven Grove Soto, hijo
de un acaudalado hombre suramericano, quien la lleva a conocer su apartamento y
la invita para que lo vuelva a visitar con su esposo. En esa visita que se
prolongará debido a circunstancias imprevistas la pareja se ve involucrada de
manera tangencial con otros personajes como Luchita, una joven de 17 años
adicta a la marihuana, o Thorny el canadiense, secuaz de Grove.
A partir de ahí los acontecimientos se desenvuelven como en una pesadilla:
una súbita enfermedad que a pesar de estar separados los ataca a los dos de
manera simultánea les causa una pérdida de memoria que se mezcla con recuerdos
y experiencias en pueblos y parajes extraños, desestabilizando su concepto de
la realidad. Los Slade acaban de caer en una telaraña tejida con precisión
milimétrica.
Personajes clásicos de la literatura como los trotamundos que recorren
países que consideran exóticos en busca de sensaciones nuevas o como el viajero
entrometido que se conoce en algún momento del viaje, se mueven en un paisaje tropical
magistralmente recreado.
En ésta obra, como en El cielo protector, Bowles resalta ese perfil inasible que caracteriza los lugares en los que se desarrollan sus historias.
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