sábado, 26 de enero de 2019

Desesperación


-"…la invención artística contiene infinitamente más verdad intrínseca que la vida real."
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La confianza en la veracidad de lo que dice un autor, al menos en lo que se refiere a la historia que propone, es puesta a prueba en la novela Desesperación de Vladimir Nabokov, publicada por entregas en 1934. El protagonista que pretende crear una obra con su propia vida no duda en mentir abiertamente expresándolo con claridad para que el lector esté al tanto de sus intenciones.
Durante un despreocupado paseo por el campo Hermann Karlovich se encuentra a Félix un vagabundo que según su percepción se le parece extraordinariamente y con base en ese parecido decide incluirlo en una trama que resolverá todos sus problemas. Aunque a veces duda, sigue adelante con su propósito y prepara todo el entorno para cuando llegue el momento de poner en práctica la estrategia por la cual conseguirá lo que quiere. Toma las medidas pertinentes para que sus pasos no levanten sospechas: aleja de su casa a Ardalion, el supuesto primo de su esposa, y alecciona a ésta con respecto a su propósito dándole una explicación que como siempre es una elaborada mentira como las que ha contado durante toda su vida.
Después de llevar a cabo la acción principal de su plan huye pero más tarde, en otro país, se entera de unos hechos que darían al traste con sus planes y hasta podrían costarle la vida.
Nabokov mediante la voz de Hermann plantea la premisa principal para leer su novela: el arte puede llegar a ser más verdadero que la realidad misma. Cuando Hermann inventa historias como la que le cuenta a Lydia su esposa sobre un hermano inexistente o le habla a su amigo Orlovius de la finalidad de las cartas que ha recibido está creando otro mundo, más verdadero que la opresiva cotidianidad en la que vive.

viernes, 18 de enero de 2019

La ratonera

“…sobre el cadáver encontraron un papel que decía ‘Éste es el primero’; y debajo de estas palabras había tres ratoncitos dibujados y unas notas musicales. Las notas corresponden a la cancioncilla infantil titulada ‘Tres ratones ciegos’.”
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Una de las piedras de toque del subgénero policial es sin lugar a dudas La ratonera (The Mousetrap), la obra de teatro escrita por Agatha Christie que no ha dejado de representarse ininterrumpidamente desde su estreno en el Theatre Royal de Nothingham en el otoño de 1952 y que después de su traslado a la ciudad de Londres se ha convertido en otro de los atractivos turísticos de esa ciudad.
En una casa de huéspedes que ha abierto sus puertas recientemente se cometerá un crimen, y se intentará llevar a cabo otro; situación que tiene sus raíces en hechos del pasado. Coinciden en aquel lugar ocho personajes que se ven envueltos en el desenlace de una vieja historia que involucra a unos niños. Como en toda obra de carácter policiaco todos resultarán sospechosos, y el espectador pasará de una certeza a otra hasta el final.
Gracias a la habilidad de Agatha Christie para pintar caracteres con unos cuantos trazos y a las claras indicaciones que da a los actores o las efectistas entradas y salidas de escena perfectamente definidas en el libreto, se mantiene la tensión sin que llegue a decaer la expectativa a pesar del tono de comedia ligera que se respira todo el tiempo.
El pasado, la venganza y el toque macabro de las canciones infantiles son elementos que aparecen con frecuencia en la obra de esta autora quien supo combinar como pocos escritores los elementos policiacos y de suspenso con un agudo sentido de la observación del comportamiento humano para producir una obra que en su conjunto es bastante sólida.

viernes, 11 de enero de 2019

Tatuaje



“…en los libros ilustrados la belleza era símbolo de fortaleza, y la fealdad, de flaqueza. Todos deseaban conseguir la perfección con tal vehemencia que llegaban al extremo de hacerse tatuar, y en su piel se perfilaban contornos majestuosos y sombras multicolores.”
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Una de las costumbres distintivas de las clases populares en el Japón de finales del siglo XIX era la del tatuaje, considerado por muchos como un elemento que realzaba el atractivo de aquellos que deseaban alcanzar la perfección física. En Tatuaje, un cuento publicado en 1910, Junichiro Tanizaki narra la historia del talentoso Seikichi quien fuera degradado de pintor de ukiyo-e (el grabado japonés) a tatuador, aunque no pudo ser despojado de su sensibilidad y espíritu de artista. Quizá su degradación se debiera a sus apetitos poco convencionales; su placer se alimentaba de maneras extrañas en el que se mezclaban la sensualidad y el dolor. Lo que sí se conoce de seguro es que era el mejor entre los mejores y para ser tatuado por Seikichi era necesario tener una piel y un porte seductores. Pero su “verdadero deseo era encontrar una hermosa mujer de piel resplandeciente en la cual tatuar su propia alma”. Cuatro años le llevó esa búsqueda, hasta que entrevió un pie y así supo que su dueña era la mujer que había estado buscando, quien merecía que él vertiera su alma en ella. Tuvo que esperar casi dos años más hasta que el azar le fue favorable.
Una jovencita, ayudante de geishas, llegó a su taller y Seikichi adivinó que esa muchachita tímida e inexperta era la que había esperado y que sería una mujer consciente del poder que ejerce la belleza, como el que ejercieron en su época las favoritas de algunos emperadores chinos. Bastaba con que él hiciera uso de sus habilidades; su tatuaje la transformaría.