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Dos años después de la aparición de la novela “Moby
Dick” Herman Melville publica en 1853 el cuento “Bartleby, el escribiente”, un
perturbador relato sobre la inexorable desaparición de un hombre.
En una oficina de Wall Street, dedicada a
asuntos jurídicos, trabajan cuatro personas aplicadas juiciosamente a sus labores
con hábitos perfectamente establecidos. Aunque el jefe de la oficina tiene que
lidiar con los temperamentos de dos de sus subordinados, sus variaciones de
humor, casi patológicas, no alteran significativamente las actividades.
Hasta que llega Bartleby, un sujeto de aspecto
sosegado cuyo trabajo de amanuense es impecable hasta el momento en el que se niega
a realizar determinadas tareas. Si bien es cierto que algunas de ellas no
tienen relación con su oficio, su negación llega a interferir completamente con
sus funciones y por supuesto con la marcha de la oficina, donde su actitud
genera un ambiente de incertidumbre que afecta sobre todo al jefe que es
incapaz de manejar una situación tan insólita.
Es esta la historia de un hombre sin aparentes lazos sociales que lentamente se va despegando de la vida; en cuya inmovilidad se manifiesta una resistencia pasiva contra un trabajo que para los otros es parte de la existencia, pero que para él ha perdido toda significación. Un proceso que tiene sus raíces en el pasado del personaje y que se agudiza frente a la ventana que da a una pared donde transcurren sus días sin perspectivas, literal y metafóricamente. Esta conducta lo sustrae de la rutina y lo afirma como individuo pero al mismo tiempo lo conduce a la desaparición, pues su tarea de escribiente, fuera satisfactoria o no, era parte de su personalidad.
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