“En el pueblo había dos mudos, y siempre estaban juntos. Cada
mañana, temprano, salían de la casa en que vivían y caminaban tomados del brazo
por la calle en dirección al trabajo. Ambos amigos eran muy diferentes. El que
encabezaba la marcha era un griego obeso y soñador. Durante el verano lucía
camiseta de polo amarilla o verde, colgando suelta por atrás, y por delante
metida de cualquier manera en los pantalones. Cuando el tiempo era más fresco
se echaba encima un deformado jersey gris. Tenía un rostro redondo y grasiento,
con párpados semicerrados, y sus labios esbozaban una sonrisa leve y estúpida.
El otro mudo era de elevada estatura. En sus ojos había una expresión vivaz e
inteligente. Vestía siempre de manera pulcra y muy sobria.”
Así comienza la novela El corazón es un cazador solitario,
publicada por Carson McCullers en 1940, donde son varios los personajes que se
toman el escenario para protagonizar su historia en diferentes momentos.
Soñadores de todas las
condiciones desfilan por esta obra que profundiza con lucidez en las emociones
de sus personajes: desde una niña de catorce años hasta un viejo médico
marxista que se identifica, aunque no completamente, con un activista que
recorre los pueblos del Sur llevando a los trabajadores lo que él considera es la
buena nueva. Desde un mudo que alberga un amor desmedido hasta una serie de
personas en cuyas vidas los hechos cotidianos adquieren dimensiones
catastróficas.
Todo esto sucede en un pueblo donde
el tiempo pasa a un ritmo diferente. Donde las acciones de la gente están
determinadas por acontecimientos que en otro lugar se manifestarían de distinta
forma.
Con su maestría para contar
historias Carson McCullers nos seduce con palabras que son capaces de describir
una sinfonía de Beethoven escuchada por una niña o lo que pasa por la mente de
un hombre que no puede hablar pero que es capaz de comunicarse con todos los
que se le acercan menos con la única persona que le importa. McCullers no se
apiada de nadie y mucho menos del lector que asiste al desmoronamiento de
muchos sueños incipientes y a finales sorpresivos que se perfilan ya desde el
comienzo de la novela.
En esta obra, que conmueve desde
el título hasta la última frase, se plantean temas bastante delicados para la
mentalidad de la época que consideraba las reivindicaciones sociales de todo
tipo como asuntos en los que se comprometía la seguridad del Estado. Ejemplo de
ello es la relación entre Singer y su amigo Antonapoulos que nadie en el lugar
parece encontrar extraña o el trato inhumano e injusto que se le da a una
población sin derechos casi dos décadas antes del movimiento por los derechos
civiles en los Estados Unidos. O la posesión de armas de fuego por la gente del
común.
Sin apelar a la sensiblería, sin tomar partido,
la autora pone sobre la mesa asuntos que mueven la conciencia del lector poniéndolo
frente a frente con sus creencias, prejuicios y convicciones.
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