“...Hablo, hablo; creo que nos estamos hablando como de costumbre y
después de repente se me presenta la verdad ...... (Lágrimas) ...... ¿Para qué hacerse ilusiones?
...... Sí ...... sí ...... ¡No! En ese tiempo se veía uno. Podía perderse la
cabeza, olvidar las promesas, arriesgar lo imposible, convencer a los que uno
adoraba besándoles, aferrándose a ellos. Una mirada podía cambiarlo todo. Pero
con este aparato, lo que se acabó, se acabó ......”
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En 1930, hace casi noventa años el
polifacético artista Jean Cocteau escribió esta pequeña obra maestra que fue
estrenada en París por la actriz Berthe Bovy en la Comédie Française.
Desde entonces actrices de gran calibre como Ingrid Bergman o Anna Magnani han dado
aliento a este monólogo para comunicar todas las emociones que cualquier ser
humano que se halla visto en una situación semejante conoce muy bien: una
persona que a pesar de ser consciente de la ruptura de su relación declara
abiertamente un amor incondicional.
Toda la angustia de una mujer que
sabe que su relación ha terminado se refleja en una conversación telefónica que
ilustra con claridad sus sentimientos y los de la persona a quien no intenta
convencer, pero de quien está completamente enamorada. Con la voz desgarrada
por la emoción cuenta las trampas y pequeñas mentiras que se dice a sí misma y
a su interlocutor para lograr remontar la sima depresiva en la que se halla.
No es casual que la conversación
sea interrumpida por las fallas del teléfono o las interferencias; así es la
comunicación entre la gente.
Leer este texto no le tomará más
de media hora a un lector promedio, sin embargo puesto en escena dura mucho más
porque es en el escenario donde las palabras adquieren toda su dimensión por
cuenta de los silencios, de las expresiones del rostro y los movimientos del
cuerpo que acompañan a ese fenómeno compuesto de aire y espíritu que es una voz
humana.
En esta época de grandes avances
tecnológicos sigue produciendo el mismo desasosiego, como en la década de los
años treinta, una comunicación precaria e incierta que al fin y al cabo, y en
muchas ocasiones, no depende de los medios que se utilizan para establecerla,
sino de la voluntad.
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