“En el laberinto de caminos, senderos y sendas que cada día, cada hora, cada momento se presenta delante de nuestro proceder, sólo uno lleva a la meta. Estamos constreñidos a elegir continuamente sin saber nunca si la nuestra ha sido la elección correcta.”
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En pleno Renacimiento vive el pintor Genaro dalla Porretta cuya existencia transcurre alejada de los principales centros culturales de la época. Marco Santagata en la novela El maestro de los santos pálidos, publicada en 2002, cuenta su historia.
Genaro (más conocido como Cinín, un muchachito despreciado por todos) se ve envuelto en maquinaciones políticas e intrigas amorosas de las que se escapa para dar por casualidad con el maestro Giberto, un pintor cuyas habilidades -aunque limitadas- son suficientes para satisfacer la demanda de su clientela.
Cinín, quien ha caído como todo el mundo bajo el hechizo del nuevo estilo pictórico que florece por toda Italia, tiene una extraordinaria habilidad que le permitirá convertirse en aprendiz y luego en socio de su mentor. Cuando llega a ser él mismo un maestro define su propio estilo y al descubrir la perspectiva se apasiona por tan arduo asunto y decide incorporarla a sus pinturas.
Gracias a un contrato vuelve al lugar donde iniciaron sus andanzas con el encargo de hacer lo que más desea: pintar al fresco una pared donde aplicar lo que ha aprendido sobre colores y perspectiva. Lamentablemente esa obra no recibe los elogios que esperaba y es rechazada, lo que lo lleva a tomar una drástica decisión.
Santagata elabora en esta novela una vívida imagen con algunas de las aspiraciones y los obstáculos de los pintores del Quattrocento que, más de cinco siglos después, siguen influenciando nuestra percepción del arte; aunque según la opinión de la época su labor era un oficio como cualquier otro.
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