“¡Cómo
me horroricé al verme reflejado en el estanque transparente! En un principio
salté hacia atrás aterrado, incapaz de creer que era mi propia imagen la que
aquel espejo me devolvía. Cuando logré convencerme de que realmente era el
monstruo que soy, me embargó la más profunda amargura y mortificación. ¡Ay!,
desconocía entonces las fatales consecuencias de esta deformación.”
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Hace doscientos años Mary Shelley
publicó Frankenstein o el moderno Prometeo donde se cuenta, en el común
estilo epistolar de la época, la historia de un joven científico que derriba en el siglo XVIII uno de los mayores obstáculos
con que se ha tropezado la ciencia.
En
las cartas que escribe Robert Walton, un explorador inglés, le describe a su
hermana los hechos relacionados con su viaje al polo norte y los acontecimientos
que marcan sus jornadas. Entre ellos el más sorprendente: en la soledad de las
masas de nieve y hielo él y su tripulación encuentran un hombre casi moribundo.
Después del rescate y de una leve mejoría Walton escucha una confesión que se
convertirá en un relato sobrecogedor basado en las vicisitudes de ese hombre,
su familia y por supuesto de una criatura extraordinaria cuya voz escucharemos cuando
justifique sus actos.
Victor
Frankenstein que durante su estancia en la universidad se entrega de lleno a su
pasión por la química logra insuflar vida en su laboratorio a un ser que
él mismo ha armado, pero al conseguirlo se
horroriza del resultado sin prever las consecuencias funestas que tendrá su
rechazo y él de sus congéneres.
En los albores de la ciencia
moderna Mary Shelley cuestiona la moralidad de las acciones de Frankenstein aludiendo
vagamente al método utilizado para la creación del ser que rechazado por su
aspecto se convertirá en su némesis.
Son muchos los puntos de vista desde los cuales se puede analizar esta novela: moral, científico, literario, estético o naturalista sin llegar a agotar su contenido. Lamentablemente el cine ha explotado principalmente los aspectos pavorosos de la obra; aunque hay que reconocer que sin lugar a dudas ha contribuido a fijar uno de los paradigmas del terror en nuestra imaginación.
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