“Se les habían puesto estrellas
amarillas a niños de nombre polaco, ruso, rumano, pero tan parisinos que se
confundían con las fachadas de las casas, las aceras, los infinitos matices del
gris que existen en París. Al igual que Dora Bruder, hablaban todos ellos con
acento de París, empleando palabras de aquel argot cuya ternura entristecida
había percibido Jean Genet.”
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Hace 77 años otra de las tantas chicas
judías que vivían en Francia es atrapada por la maquinaria letal que armaron
los alemanes en Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Las calles y
edificios del París de 1941, 1965 ó 1996 (algunos tan viejos que fueron
testigos de los acontecimientos en torno a la Revolución Francesa) son el
escenario de Dora Bruder, la obra de Patrick Modiano que intenta reconstruir
la vida, o al menos una parte, de una joven de diecisiete años, cuya desaparición se denunció en 1941.
Parece extraña una denuncia como
esa en el París de entonces, si se tiene en cuenta que esa era la constante en
una ciudad ocupada que sufría la imposición de leyes cuyo incumplimiento
causaba la detención inmediata y donde las autoridades francesas, dominadas por
el aparato policial y burocrático alemán, eran sólo un instrumento.
Modiano sigue el rastro de Dora, recorriendo
calles, visitando edificios o desenterrando documentos que le permitan revivir
en parte la vida de la hija de unos inmigrantes judíos. Con un lenguaje
parecido al de los informes oficiales o al de las ordenanzas pinta un cuadro
dramático de la realidad de una juventud que quizá no tenía muchas esperanzas
antes de la guerra pero que al menos tenía libertad.
Poetas y escritores, como Genet,
aparecen también en las reminiscencias personales de Modiano inspiradas por la
vida en una ciudad que en 1996 todavía presentaba las huellas que le dejaron la
guerra o las convulsiones sociales, aunque muchas de esas cicatrices estuvieran
disimuladas por las nuevas construcciones que desdibujan la memoria de la gente.