“Vivimos con suposiciones muy fáciles… (…) Por
ejemplo, que la memoria es igual a sucesos más tiempo. Pero es algo mucho más
extraño. ¿Quién dijo que la memoria es lo que creíamos que habíamos olvidado? Y
debería ser obvio que el tiempo no actúa como un fijador, sino más bien como un
disolvente.”
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En el año
2011 Julian Barnes publica El sentido de un final donde analiza los cambios que
pueden ocurrir en la perspectiva y las certidumbres de una persona cuando un
hecho inesperado irrumpe en una existencia que se creía a salvo ya de conmociones.
Tony
Webster, un sexagenario jubilado, recibe con sorpresa el anuncio de que es heredero
de una mujer a quien sólo vio una vez cuarenta años atrás. Se trata de la madre
de Veronica Ford, una novia que marcó una etapa crucial en su vida. Ese hecho
le despierta viejos recuerdos; vuelve a pensar en sus tres amigos de
adolescencia y juventud y por supuesto en la mujer con la que salió hace cuatro
décadas, pues deberá acercarse a ella para recuperar parte de ese legado
consistente en el diario de uno de esos amigos. Una tarea que no parece fácil
debido a los hechos que se sucedieron entre ellos.
Después de
un frustrante intercambio de E-mails y de unas cuantas entrevistas Tony reconsiderará
algunos aspectos de su vida pasada y cuestionará muchas de sus convicciones.
¿Acaso la
imagen que se ha construido laboriosamente durante años y que le ha permitido
vivir con una relativa estabilidad emocional corresponde a la realidad o es el
producto de una serie de pequeños equívocos que se constituyen en una especie
de memoria funcional que abarca toda su vida adulta?
En
esta novela, más que relatar los hechos se examina cómo la historia que armamos
con ellos refuerza esa imagen benévola, a veces, que utilizamos como coartada
para justificarnos.