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Escribir un cuento de
Navidad sin caer en el fácil sentimentalismo fue la tarea que se propuso Paul
Auster tras aceptar el encargo que le hizo el New York Times en 1991.
Sin saber cómo tratar un
tema que en principio no le gusta -los exaltados sentimientos que niños y
adultos expresan con esta época-, Auster ve acercarse el tiempo de entrega sin
tener qué decir. Por fortuna le habla de su preocupación a un conocido que
trabaja en una cigarrería, un hombre con el que ha hecho buenas migas después
de que este se enterara de su profesión y de enseñarle a su vez una colección
de más de cuatro mil fotos tomadas por él mismo. Este hombre resolverá su
dificultad al contarle una historia relacionada con el día de la Navidad, donde
intervienen un ladronzuelo, una mujer casi nonagenaria y el mismo narrador, Auggie
Wren (un nombre supuesto).
Paul Auster, en El
cuento de Navidad de Auggie Wren, se las ingenia para contar (en pocas páginas)
una historia que se puede leer desde varias perspectivas. Sin eludir esos
sentimientos que tanto le disgustaban al comienzo entrelaza varios relatos que
tienen como eje central la tarea que se le había asignado. Combina el Espíritu
de la Navidad (un concepto trabajado por autores ya clásicos como Dickens y O.
Henry) con otros asuntos como la pertinencia del engaño o el paso del tiempo atestiguado
por la fotografía.